Si alguna vez te encontraste diciéndole a alguien: “¿También odiás eso? ¡Somos mejores amigos desde ahora mismo!”, tranquilo: no eres superficial, ni rencoroso, ni una mala persona. Bueno… tal vez un poco. Pero también estás siendo totalmente humano. Y un blog de psicología, para sorpresa de nadie, acaba de confirmarlo.
Un estudio de la Universidad de Texas reveló que las personas forman lazos más fuertes compartiendo odios que compartiendo gustos. Sí, así como lo lees: unir fuerzas para criticar algo genera más cercanía que decir “a mí también me gusta el chocolate”.
Lo que nos une no es el amor.
Es el odio compartido.
Bienvenidos a la verdadera naturaleza humana.
El extraño arte de caerle bien a alguien diciendo “no soporto a…”
Según los investigadores, cuando dos personas descubren que detestan lo mismo —un vecino ruidoso, una película que todos aman menos ustedes, o el clásico “odio levantarme temprano”— algo mágico sucede. En ese instante, se miran y piensan:
“Este ser humano sí me entiende. Este es de los míos.”
La psicología lo llama bonding through shared dislike, pero podríamos traducirlo como:
“Amistad instantánea por hablar mal de algo.”
¿Y por qué funciona tan bien? Porque mostrar lo que no toleramos suele percibirse como algo más auténtico que decir lo que nos gusta. El disgusto suena más sincero, más íntimo, más… real.
Decir “me encanta el café” no revela mucho.
Pero decir “odio a la gente que mastica fuerte” es casi abrir tu corazón.
El efecto “Nosotros vs. Ellos”: el origen de toda queja grupal
Los psicólogos descubrieron que este fenómeno crea automáticamente un equipo mental:
Nosotros, los que odiamos X.
Ellos, los que lo disfrutan, lo toleran o, peor aún, lo hacen.
Esta dinámica refuerza la identidad del grupo. Es tribal, primitiva… y muy divertida cuando te das cuenta.
Por eso no es raro que dos desconocidos se unan con solo escuchar:
—¿Viste que volvió a subir el precio del café?
—¡No me lo recuerdes!
—Ok, somos familia ahora.
Odios que construyen amistades (y algunos que destruyen grupos de WhatsApp)
Hay odios universales que unen al planeta:
Cuando alguien odia el calor pegajoso de verano.
Cuando todos detestan la música del vecino.
Cuando un grupo entero odia los audios eternos de WhatsApp.
Y también están los odios delicados, que debes usar con cuidado:
“No me gustan las mascotas” (riesgo social: 99%).
“Detesto a los bebés llorando” (alto peligro).
“No soporto a tu pareja” (autoeliminación automática del grupo).
Pero cuando logras coincidir en un odio que ambos pueden admitir sin culpa… boom, amistad instantánea.
¿Entonces deberíamos ir por la vida odiando cosas?
No exactamente… aunque si quieres más amigos rápido, puede ser que sí.
La idea no es convertirte en un gremlin del odio, sino entender que las personas conectan también a través de lo que las irrita. Es una forma de decir:
“Lo que te molesta, a mí también me molesta. No estás solo.”
Es como terapia grupal, pero más divertida y sin pagar psicólogo.
Lo más divertido del estudio: amar es difícil… pero odiar es facilísimo
La ciencia no lo dijo explícitamente, pero podemos sospecharlo:
odiar requiere mucho menos esfuerzo emocional que amar.
Para amar algo necesitas:
Experiencias positivas.
Afinidad.
Tiempo.
Vulnerabilidad emocional.
Para odiar algo necesitas:
Que algo te moleste.
Que otra persona diga “a mí también.”
Fin.
Nueva amistad desbloqueada.
Conclusión: el amor mueve al mundo, pero el odio compartido hace amigos más rápido
Lo lindo de todo esto es que no se trata de fomentar el rencor, sino de reconocer que las emociones negativas también nos unen. Nos hacen reír, nos hacen sentir comprendidos y, por raro que suene, nos acercan.
Así que la próxima vez que alguien diga:
“No soporto los lunes.”
Respóndele con el corazón en la mano:
“Yo tampoco. Creo que te quiero.”

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