Resulta que estábamos a segundos de hacer el sinrespeto cuando me quito el pantalón sensualmente y la chica se comienza a reír sin parar. Miro hacia mi entrepierna, la miro a ella, no entiendo nada. Espero a que se le pase el ataque de risa, ya medio entre cachondo y enojado, pero no se le pasa. Me vuelvo a vestir, ella va al baño a mojarse la cara y a los 15 minutos vuelve y conversamos sobre lo sucedido.
Parece que le había parecido gracioso que mi boxer de Mickey Mouse tuviera un agujero justo en el ojo del personaje de Disney, por donde se asomaba mi buen amigo Federico (¿Qué? ¿Ustedes no bautizaron a sus partes íntimas?).
Cuestión que entonces comencé a justificar mi elección de la ropa, contando las historias que tenían esos calzones y la importancia que ese pedazo de tela representaba en mi vida.
Al final no cogimos, no; pero fue una noche que me sirvió para pensar y reflexionar acerca del lazo sentimental que une la ropa interior con el hombre. Algo que definitivamente no le pasa a la mujer.
La mina, apenas se le sale un hilito de la tanga, la tira a la basura, sin necesidad de hacer el duelo, sin darle un beso antes, como se hace antes de tirar el pan. Si tiene un agujerito por más chico que sea, ya no te no la usa ni en cuarentena. Tan desapegada es a la ropa interior, que no le importa sacrificar su mejor tanga para usarla como trampa y """dejarla olvidada""" (sí, así con muchas comillas) en la cama de su presa donde quiere marcar territorio o tener una excusa para volver a buscar su objeto perdido (que no extraña, porque NO TIENE APEGO A LA ROPA INTERIOR).
El hombre sin embargo no, el hombre en ese sentido es más fiel; al hombre si no viene una mujer como la madre o la esposa a hacerle limpieza y tirar a la basura los boxers rotos a escondidas, él te los usa aunque parezca que hayan pasado por una balacera. Pero no es de sucio. No es de dejado. Es de agradecido.
Porque detrás de cada calzón en precarias condiciones, hay montones de historias que esperan ser contadas: el primer beso, la primera vez que se tiró un pedo en público y venía con sorpresa, la vez que tuvo que correr como Hussain Bolt porque el marido de la que se estaba comiendo lo perseguía con un palo... Miles de historias resumidas en pocos calzones que se cuentan con los dedos de las manos; que son como los amigos... ¿Qué digo "como"? Que son amigos.
Por eso existen tiendas de ropa interior para las mujeres, mas no así para los hombres. Porque las mujeres van a comprar un mero objeto, mientras que el hombre, en el momento menos pensado, en una feria, en un kiosko o en debajo del arbolito de Navidad, se enamora a primera vista de quien será su compañero de aventuras, que protegerá celosamente de lo que más cuida el hombre: sus huevos.
Yo aún no me he recibido de psicólogo, de hecho ni siquiera me inscribí para hacer la carrera, pero estoy seguro de que si algún día tengo mi propio consultorio ejerciendo la profesión de manera ilegal, le voy a preguntar al hombre qué boxer lleva puesto y porqué y con eso voy a entender todos los problemas mentales que tiene ese ser humano.
No va a ser lo mismo con la mujer. Primero porque se va a levantar ofendida por la pregunta desubicada, segundo porque la mujer no quiere a su ropa interior y no tiene esa conexión sagrada con la tanga.
Hombres: no os dejéis doblegar por la sociedad matriarcal que busca consumistas empedernidos de ropa interior, amad al calzón como amaréis (o amaráis, o amaríais, no sé cómo se conjuga esta mierda) al prójimo; con sus defectos y virtudes, con sus historias y su porvenir. Un mundo mejor es posible, un mundo con ropa interior rota, pero llena de amor y cariño.